Inclusión: fast track cultural y de productividad
No es sólo una declaración de principios, sino la conciencia de toda la sociedad y una manera de entender la relación con los otros.
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Chile ingresó a una etapa nueva de su desarrollo este 1º de abril, cuando las empresas con más de 100 trabajadores debieron empezar a cumplir con la ley de inclusión laboral, que implica mantener al menos un 1% de personas con discapacidad en su dotación. Si sumamos la agenda para reducir la brecha de género en las empresas y la prohibición que tiene el Estado de discriminar por raza o etnia, orientación sexual, filiación o apariencia personal, entre otras variables, entonces se está viviendo en un entorno cultural en plena transformación.
De acuerdo con el segundo Estudio Nacional de Discapacidad, el 16,7% de la población mayor de dos años se encuentra en situación de discapacidad, es decir, casi tres millones de personas en el país. La propia Unesco declara que las industrias culturales y creativas en este ámbito logran generar más ingresos y crear mayor empleo. Además, contribuyen a la generación de contenido simbólico y sus efectos se extienden a la promoción de la diversidad cultural.
La inclusión social significa integrar a la vida comunitaria a todos los miembros de la sociedad, independientemente de su origen, género, condición física, social o actividad. En definitiva, acercarlos a una vida más digna, igualitaria y donde surja un desarrollo sostenible a nivel personal y familiar.
Según María José Lemaitre, directora ejecutiva del Centro Interuniversitario de Desarrollo -Cinda-, cuyo grupo operativo de 16 universidades chilenas investigó sobre la inclusión en la educación superior durante un año, “estas instituciones de Chile y el mundo han incorporado acciones y programas orientados a lograr la inclusión de grupos tradicionalmente excluidos. La incorporación de elementos tanto discursivos como programáticos tiene un valor innegable y es un punto de partida. El próximo paso demanda que las universidades incluyan políticas y métodos especiales de enseñanza, sensibles a la heterogeneidad de sus estudiantes. Pero más allá del ámbito universitario, la inclusión no puede ser solamente la declaración de un grupo, sino la conciencia de toda la sociedad como un conjunto de acciones intencionadas: es una manera de entender la relación con otros, es una manera de vivir”.
No hay trampa
Algo similar ocurre con la igualdad de género, donde un estudio a 22 mil hombres y mujeres de 34 países permitió identificar 40 factores que influyen en el progreso de las personas, incluyendo 14 drivers culturales que pueden actuar como catalizadores del cambio corporativo.
Para Rodrigo González, presidente Ejecutivo de Accenture Chile, que elaboró el estudio Getting to Equal 2018, “la colaboración e inclusión de género en las organizaciones constituye un cambio de paradigma. Nuestra sociedad enfrenta desafíos cada día más complejos como la gran transformación tecnológica, que requiere del acceso de todo el talento existente como parte de un fast track hacia las mujeres. Si las incorporamos seremos capaces de tener mayores puntos de vista, ser más productivos, desarrollar mejores negocios y salir de la trampa del juego suma cero. De esta forma, ganan las mujeres, los hombres, las organizaciones y los países”.
Por su parte, Gabriela Álvarez, directora Ejecutiva y sponsor de diversidad de Accenture Chile, comenta que “nuestra compañía tiene una dotación de más de un 30% de mujeres, siendo la meta llegar a 50/50 al 2025. Pero nuestra mirada no sólo es el número, sino que trabajamos para que ellas lleguen a los niveles correctos y que logren posiciones de liderazgo ejecutivo como parte de un cambio de cultura y del entorno”.
Sin embargo, en términos globales no hay que perder el foco de la inclusión, dado que todavía existen barreras sociales altas para la integración según orígenes, culturas y/o discapacidades. Al menos en Chile, la inclusión, con nueva ley incluida, todavía está en deuda respecto de la vulneración de los derechos y la falta de oportunidades. En el caso de la discapacidad, en nuestro país sólo el 9% llega a la educación superior, en contraste con el 20% de la población que no tiene esa condición.
La inclusión social comprende, de acuerdo a los principios de Naciones Unidas, las nociones de participación y compromiso, siendo una forma de empoderamiento, que va más allá de la equidad económica y la igualdad de derechos para todos, sino más bien se relaciona con el apoyo a una transformación social muchísimo más amplia.
El último informe de la OCDE “Getting Skills Right: Chile”, indica que la economía se está fortaleciendo y el crecimiento de los salarios está aumentando. El país debería abordar el desafío de mejorar las habilidades de las personas, especialmente entre las mujeres y los trabajadores poco calificados, para impulsar la productividad, la innovación y el crecimiento inclusivo.
Definitivamente, Chile requiere de una elevada intensidad de conocimiento, con inclusión, donde muchas personas colaboren en tiempo real desde los lugares más extremos del país, donde las plataformas suministren trabajo y capital desde cualquier esquina en igualdad de oportunidades. Por todas estas razones, la “tierra hoy es plana, interconectada e inclusiva”.